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Pornografía: extracto

“La queja, la añoranza, la hermosura de aquella delgada figura que teníamos ante nosotros ¿de qué procedían, sino de que no era todavía un hombre? Porque le habíamos llevado Henia como una mujer a un hombre, pero no lo era, todavía no… no era todavía un hombre. No era un señor. No era un dueño. Y no podía poseer. Nada era suyo, no tenía derecho a nada, era de los que sirven y tienen que acomodarse.”

Todo aquello se produjo en unos pocos segundos. Fryderyk, señalando con el dedo los pantalones de Karol, que eran demasiado largos y rozaban el suelo, dijo:
― Hay que remangar esos pantalones.
― Es verdad – contestó Karol.
Se agachó. Fryderyk dijo:
― No. Un momento.
Bastante se veía que no se le hacía fácil decir lo que quería. Se ladeó un poco para no darles la cara, miró al frente, y con voz ronca pero muy clara, dijo:
― No. Ella puede remangarlos
Y repitió:
― Ella puede remangarlos.

 

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Ilustración de Rosław Szaybo.


Era una vergüenza -era penetrar en los dos- era confesar que quería que lo excitaran: vamos, hacedlo, gozaré, lo deseo… Y de aquel modo los introducía en la enormidad de nuestra apetencia, en nuestros sueños de ellos. Y ellos callaron, y su silencio se espesó unos instantes. Y unos instantes esperé el resultado de aquella desfachatez del ladeado Fryderyk. Y lo que siguió fue ligero, dócil y fácil, tan “fácil” que la cabeza me dio vueltas, como si un abismo se abriera calladamente en un liso camino. Ella no dijo nada. Se agachó, remangó los pantalones, y él no se movió: el silencio de ambos cuerpos era absoluto.
Y me impresionó la desnuda anchura de aquel patio de granja, con las puntiagudas cubiertas de lona de los carros, con el abrevadero agrietado, con el granero y su techumbre de una paja recién puesta, que era una mancha reluciente en el fondo parduzco de la tierra y la madera. Fryderyk exclamó rápidamente: ― ¡Vamos!

 

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La novela fue llevada al cine por Jan Jakub Kolski en 2003.


Y nos encaminamos a la casa, él, Henia y yo. Ya ocurría todo con el descaro más manifiesto. Al marcharnos en seguida, se revelaba el fin exclusivo de nuestra ida a la cochera: fuimos allí para que ella tuviera que remangarle los pantalones, y una vez cumplido aquello nos marchábamos, Fryderyk, yo, ella. Apareció la casa, con sus dos hileras de ventanas, abajo, arriba, y con la terraza. Andábamos sin hablar.
A nuestra espalda, oímos correr por la hierba, y Karol nos alcanzó y se unió a nosotros. Llegó a la carrera, pero en seguida se puso a nuestro paso, caminando pausadamente, junto a nosotros.
Pornografía, Capítulo IV.